DÍA 21 (11 de marzo)




Patrocinio del Santo Patriarca sobre toda la Iglesia y sobre cada cristiano en particular



El patrocinio de San José sobre la Iglesia es la prolongación del que él ejerció sobre Jesucristo, Cabeza de la misma, y sobre María, Madre de la Iglesia. Por esta razón fue declarado Patrono universal de la Iglesia (Cfr. PIO IX, Decreto Quemadmodum Deus, 8-XII-1870; Carta Apost. Inclytum Patriarcam, 7-VII-1871). Aquella casa de Nazaret, que José gobernaba con potestad paterna, contenía los principios de la naciente Iglesia. Conviene, pues, que José, así «como en otro tiempo cuidó santamente de la Familia de Nazaret en todas sus necesidades, así ahora defienda y proteja con celestial patrocinio a la Iglesia de Cristo» (LEON XIII, Enc. Quamquam pluries, 15-VIII-1889). Esta declaración fue hecha en momentos difíciles por los que pasaba nuestra Madre la Iglesia, circunstancias y motivos que hoy subsisten (Cfr. JUAN PABLO II, Exhort. apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 31). Por eso nosotros acudiremos siempre a él, pero de modo particular cuando veamos que es más atacada, menospreciada, cuando se la quiere arrinconar fuera de la vida pública, y se intenta volverla inoperante en las vidas de los hombres; vidas que debe iluminar y conducir hasta Dios. Los Papas han alentado continuamente esta devoción a San José (SAN PIO X, Carta al Cardenal Lepicier, 11-II-1908; BENEDICTO XV, Breve Bonum sane, 25-VII-1920; PIO XI, Discurso, 21-IV-1926).

La misión de San José se prolonga a través de los siglos, y su paternidad alcanza a cada uno de nosotros. «Querría yo persuadir a todos fuesen grandes devotos de este glorioso santo -escribe la Santa de Avila-, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios; no he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida; si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío.

»Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso santo a mí y a otras personas (...). Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción; en especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Angeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den las gracias a San José por lo bien que les ayudó a ellos» (SANTA TERESA, o.c. , 6).

A San José no se le oye en el Evangelio; sin embargo, nadie ha enseñado mejor. Él «ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús» (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 56). Acudamos frecuentemente a su patrocinio, y de modo muy particular en estos días cercanos ya a su fiesta. Sigamos el ejemplo de «las almas más sensibles a los impulsos del amor divino», las cuales «ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior» (JUAN PABLO II, o.c. , 27). Sé siempre, San José, nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique y alegre, en unión con tu Esposa, nuestra dulcísima Madre inmaculada, en el solidísimo y suave amor a Jesús, nuestro Señor (JUAN XXIII, AAS, 53, 1961, p. 262.).

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