DÍA 16 (6 de marzo)




Muerte del Santo Patriarca entre Jesús y María. Patrono de la buena muerte




Muy bienaventurado fue José, asistido en su hora postrera por el mismo Señor y por su Madre... Vencedor de esta mortalidad, aureoladas sus sienes de luz, emigró a la Casa del Padre...(Liturgia de las Horas, Himno Iste quem laeti).

Había llegado la hora de dejar este mundo y, con él, los tesoros, Jesús y María, que le estaban encomendados y a quienes, con la ayuda de Dios, les procuró lo necesario con su trabajo diario. Había cuidado del Hijo de Dios, le había enseñado su oficio y ese sinfín de cosas que un padre desmenuza con pequeñas explicaciones a su hijo. Terminó su oficio paterno, que ejerció fielmente: con la máxima fidelidad. Consumó la tarea que debía llevar a cabo.

No sabemos en qué momento tuvo lugar la muerte del Santo Patriarca. Cuando Jesús tenía doce años es la última vez que aparece en vida en los Evangelios. También parece cierto que el hecho de la muerte debió de tener lugar antes de que Jesús comenzara el ministerio público. Al volver Jesús a Nazareth para predicar, la gente se preguntaba: ¿Pero no es este el hijo de María? (Cfr. Mc 6, 1). De ordinario no se hacía referencia directa de los hijos a la madre, sino cuando ya había muerto el cabeza de familia. Cuando es invitada María a las bodas de Caná, al comienzo de la vida pública, no se nombra a José, lo que sería insólito según las costumbres de la época si el Santo Patriarca viviera aún. Tampoco se menciona a lo largo de la vida pública del Señor. Sin embargo, los habitantes de Nazareth llaman en cierta ocasión a Jesús el hijo del carpintero, lo que puede indicar que no había pasado mucho tiempo desde su muerte, pues aquellos todavía le recuerdan. José no aparece en el momento en que Jesús está a punto de expirar. Si hubiera vivido aún, Jesús no habría confiado el cuidado de su Madre al Apóstol predilecto. Los autores están conformes en admitir que la muerte de San José tuvo lugar poco tiempo antes del ministerio público de Jesús.

No pudo tener San José una muerte más apacible, rodeado de Jesús y de María, que piadosamente le atendían. Jesús le confortaría con palabras de vida eterna. María, con los cuidados y atenciones llenos de cariño que se tienen con un enfermo al que se quiere de verdad. «La piedad filial de Jesús le acogió en su agonía. Le diría que la separación sería corta y que pronto se volverían a ver. Le hablaría del convite celestial al que iba a ser invitado por el Padre Eterno, cuyo mandatario era en la tierra: “Siervo bueno y fiel, la jornada de trabajo ha terminado para ti. Vas a entrar en la casa celestial para recibir tu salarlo. Porque tuve hambre y me diste de comer. No tenía morada y me acogiste. Estaba desnudo y me vestiste...”»(M. Gasnier, Los silencios de San José, p. 179..)

Jesús y María cerraron los ojos de José, prepararon su cuerpo para la sepultura... El que más tarde lloraría sobre la tumba de su amigo Lázaro vertería lágrimas ante el cuerpo del que por tantos años se había desvivido por Él y por su Madre. Y los que le vieron llorar, pronunciarían quizá las mismas palabras que en Betania: ¡Mirad cómo le amaba!

Es lógico que San José haya sido proclamado Patrono de la buena muerte, pues nadie ha tenido una muerte más apacible y serena, entre Jesús y María. A él acudiremos cuando ayudemos a otros en sus últimos momentos. A él pediremos ayuda cuando vayamos a partir hacia la Casa del Padre. Él nos llevará de la mano ante Jesús y María.

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