DÍA 10 (28 de febrero)



El Señor ilumina siempre a quien actúa con rectitud de intención. El misterio de la concepción virginal de María


Cuando contemplamos la vida de San José descubrimos que estuvo llena de penas y de alegrías, de dolores y de gozos. Es más, el Señor quiso enseñarnos a través de su vida que la felicidad nunca está lejos de la Cruz, y que cuando la oscuridad y el sufrimiento se llevan con sentido sobrenatural, no tardan en aparecer la claridad y la paz en el alma. Junto a Cristo, los dolores se tornan gozos.

El Evangelio nos habla del primer dolor y del primer gozo del Santo Patriarca. Escribe San Mateo: Estando desposada su Madre, María, con José, antes de que conviviesen, se encontró que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo (Mt 1, 18 ). José conocía bien la santidad de su esposa, no obstante los signos de su maternidad. Y esto le llevó a estar en una situación de perplejidad, de oscuridad interior. Nadie como él conocía la virtud y la bondad del corazón de María, y la amaba con un amor humano, limpio, purísimo, sin medida. Y, porque era justo, se sentía obligado a actuar con arreglo a la ley de Dios. Para evitar la infamia pública de María, decidió en su corazón dejarla privadamente. Fue para él -como lo fue para María- una durísima prueba que le desgarró su corazón.

Del mismo modo que fue inmenso el dolor en medio de la oscuridad, así debió ser inconmensurable el gozo, cuando vino la luz a su alma. Estando él considerando estas cosas..., estas cosas que no entiende, en las que su alma está sin luz, que no puede comunicar a nadie. Encontrándose en esta situación, se le apareció un ángel en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo (Mt 1, 20 ). Todas las dudas desaparecieron, todo tenía su explicación. Su alma, llena de paz, parecía el cielo claro y limpio después del paso de una gran borrasca. Recibe dos tesoros divinos, Jesús y María, que constituirán la razón de su vida. Le es dada la esposa más amable y digna, que es la Madre de Dios, y el Hijo de Dios hecho hijo suyo por ser también Hijo de María. José es ya otro: «se convirtió en el depositario del misterio escondido desde siglos en Dios (cfr. Ef 3, 9)» (JUAN PABLO II, Exhort. apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989,5).

De este dolor y gozo primero podemos aprender que el Señor ilumina siempre a quien actúa con rectitud de intención y confianza en su Padre Dios, ante situaciones que superan la comprensión de la razón humana (Cfr. SAGRADA BIBLIA, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota a Mt 1, 20). No siempre entendemos los planes de Dios, sus disposiciones concretas, el porqué de muchos acontecimientos; pero si confiamos en Él, después de la oscuridad de la noche vendrá siempre la claridad de la aurora. Y con ella la alegría y la paz del alma.

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