DÍA 3 (21 de febrero)



Nuestra propia vocación: «porque tenemos la gracia del Señor, podremos superar todas las dificultades».

Enseña San Bernardino de Siena, siguiendo a Santo Tomás, que «cuando, por gracia divina, Dios elige a alguno para una misión muy elevada, le otorga todos los dones necesarios para llevar a cabo esta misión, lo que se verifica en grado eminente en San José, padre nutricio de Nuestro Señor Jesucristo y esposo de María» (SAN BERNARDINO DE SIENA, Sermón I sobre San José ). La santidad consiste en cumplir la propia vocación. Y en San José ésta consistió, principalmente, en preservar la virginidad de María contrayendo con Ella un verdadero matrimonio, pero santo y virginal. El Angel del Señor le dijo: José, hijo de David, no temas recibir contigo a María, tu mujer, pues lo que en Ella ha nacido es obra del Espíritu Santo (Mt 1, 20; Lc 2, 5). María es su esposa, y José la amó con el amor más puro y delicado que podamos imaginar.

Con relación a Jesús, José veló sobre Él, le protegió, le enseñó su oficio, contribuyó a su educación... «Se le llama su padre nutricio y también padre adoptivo, pero estos nombres no pueden expresar plenamente esta relación misteriosa y llena de gracia. Un hombre se convierte accidentalmente en padre adoptivo o en padre nutricio de un niño, mientras que José no se convirtió accidentalmente en el padre nutricio del Verbo encarnado; fue creado y puesto en el mundo con ese fin; es el objeto primero de su predestinación y la razón de todas las gracias» (R. GARRIGOU-LAGRANGE, La Madre del Salvador, p. 389). Ésa fue su vocación: ser padre adoptivo de Jesús y esposo de María; sacar adelante, muchas veces con sacrificio y dificultades, a aquella familia.

San José fue tan santo porque correspondió fidelísimamente a las gracias que recibió para cumplir una misión tan singular. Nosotros podemos meditar hoy junto al Santo Patriarca en la vocación en medio del mundo que también hemos recibido y en las gracias necesarias que continuamente nos da el Señor para vivirla fielmente.

Nunca debemos olvidar que a quienes Dios elige para algo, los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello. ¿Dudamos cuando encontramos dificultades para llevar a cabo lo que Dios quiere de nosotros: sostener a la familia, vivir la entrega generosa que el Señor nos pide, vivir el celibato apostólico, si ha sido esa la inmensa gracia que Dios ha querido para nosotros?, ¿seguimos el razonamiento lógico de que «porque tengo la gracia de Dios, porque tengo una vocación, podré superar todos los obstáculos»?, ¿me crezco ante las dificultades, apoyándome en Dios? «Lo has visto con claridad: mientras tanta gente no le conoce, Dios se ha fijado en ti. Quiere que seas fundamento, sillar, en el que se apoye la vida de la Iglesia.

»Medita esta realidad, y sacarás muchas consecuencias prácticas para tu conducta ordinaria: el fundamento, el sillar -quizá sin brillar, oculto- ha de ser sólido, sin fragilidades; tiene que servir de base para el sostenimiento del edificio... ; si no, se queda aislado» (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 472). San José, que fue cimiento seguro en el que descansaron Jesús y María, nos enseña hoy a ser firmes en nuestra peculiar vocación, de la que dependen la fe y la alegría de tantos. Él nos ayudará a ser siempre fieles, si acudimos frecuentemente a su patrocinio. Sancte Ioseph... , ora pro nobis... , ora pro me, le podemos repetir muchas veces en el día de hoy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario