DÍA 14 (4 de marzo)



La vuelta a Nazaret.

La Sagrada Familia permaneció en Egipto hasta la muerte de Herodes (Mt 2, 14). Muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y vete a tierra de Israel; pues han muerto ya los que atentaban contra la vida del niño (Mt 2, 19). Así lo hizo José; pero «en las diversas circunstancias de su vida, el Patriarca no renuncia a pensar, ni hace dejación de su responsabilidad. Al contrario: coloca al servicio de la fe toda su experiencia humana. Cuando vuelve de Egipto oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá (Mt 2, 22). Ha aprendido a moverse dentro del plan divino y, como confirmación de que efectivamente Dios quiere eso que él entrevé, recibe la indicación de retirarse a Galilea» (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 42). Y se fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret... (Mt 2, 23).

José levanta una vez más su hogar y pretende dirigirse a Judea, con toda probabilidad a Belén, de donde partieron para Egipto. Pero Dios Padre tampoco en esta ocasión quiso ahorrar las dificultades, el miedo, a los que más quería en la tierra. Por el camino debió de enterarse José de que Arquelao, que tenía la misma fama de ambición y de crueldad que su padre, reinaba en Judea. Y él llevaba un tesoro demasiado valioso para exponerlo a cualquier peligro, y temió ir allá. Mientras reflexionaba dónde sería más conveniente para Jesús instalarse -siempre es Jesús lo que motiva las decisiones de su vida- fue avisado en sueños y marchó a la región de Galilea. En Nazaret encontró antiguos amigos y parientes, se adaptó a una nueva tierra, la suya, y vivió con Jesús y María unos años de felicidad y de paz.

Nosotros pedimos a María y a José que, para amar más a Dios, sepamos aprovechar las contrariedades y dificultades que la vida lleva consigo y que no nos desconcertemos si, por querer seguir al Señor un poco más de cerca, nos sentimos a veces más próximos a la Cruz, como una bendición y signo de predilección divina. «Oh Virgen bendita, que supiste aprovecharte tan bien de tu permanencia en tierra extranjera, ayúdanos a servirnos bien de la nuestra en este valle de lágrimas! Que a ejemplo tuyo ofrezcamos a Dios nuestros trabajos, molestias y dolores para que Jesucristo reine más íntimamente en nuestras almas y en las almas de nuestros prójimos» (A. TANQUEREY, La divinización del sufrimiento, p. 120). A San José le pedimos que nos haga fuertes en las dificultades, mirando siempre a Jesús, que también está muy cerca de nosotros. Él será nuestra fuerza.

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