DÍA 18 (8 de marzo)



Petición de vocaciones


«Piadosamente se puede admitir, pero no asegurar –enseña San Bernardino de Siena– que el piadosísimo Hijo de Dios, Jesús, honrase con igual privilegio que a su Santísima Madre a su padre nutricio; del mismo modo que a esta la subió al Cielo gloriosa en cuerpo y alma, así también el día de su resurrección unió consigo al santísimo José en la gloria de la Resurrección; para que, como aquella Santa Familia –Cristo, la Virgen y José– vivió junta en laboriosa vida y en gracia amorosa, así ahora en la gloria feliz reine con el cuerpo y alma en los Cielos»( San Bernardino de Siena, Sermón sobre San José, 3.).

Los teólogos que sostienen esta doctrina, cada vez más general, aducen otras razones de conveniencia: la dignidad especialísima de San José por la misión que le tocó ejercer en la tierra y la fidelidad singular con que lo hizo, se vería más confirmada con este privilegio; el amor indecible que Jesús y María profesan al Santo Patriarca parece pedir que le hagan ya partícipe de su resurrección, sin esperar al fin de los tiempos; a la santidad sublime de San José, que tanto antecede y excede a los demás santos, conviene una participación anticipada del premio final de todos; la afinidad con Jesús y María, el trato íntimo que tuvo con la Humanidad del Redentor, parecen exigir mayor exención de la corrupción del sepulcro; la misión singularísima de San José, como Patrono universal de la Iglesia, le coloca en una esfera superior a todos los cristianos, y esto parece reclamar que él no entre en igualdad de condiciones con los demás en la sujeción a la muerte, sino que, en una especial posesión de la plena inmortalidad, ejerza su patrocinio universal(Cfr. B. Llamera, o. c., pp. 305-306).

San José cumplió en la tierra fidelísimamente la misión que Dios le había encomendado. Su vida fue una entrega constante y sin reservas a su vocación divina, en bien de la Sagrada Familia y de todos los hombres(Cfr. Juan Pablo II, Exhor. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 17). Ahora, en el Cielo, su corazón sigue albergando «una singular y preciosa simpatía para toda la humanidad»(Pablo VI, Homilía 19-III-1969), pero de modo muy particular para todos aquellos que, por una vocación específica, se entregan plenamente a servir sin condiciones al Hijo de Dios en medio de su trabajo profesional, como él lo hizo. Pidámosle hoy que sean muchos quienes reciban la vocación a una entrega plena y que respondan generosamente a la llamada; que Dios otorgue ese honor inmenso a aquellos hijos, hermanos, parientes o amigos que, por circunstancias determinadas, podrían encontrarse más cerca de recibir esa llamada del Señor.
Al Santo Patriarca le pedimos que todos los cristianos seamos buenos instrumentos para hacer llegar esa voz clara del Señor a las almas, pues la mies sigue siendo abundante y los obreros pocos(Cfr. Mt 9, 37).

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